Sobre zombis, muertos, aparecidos y fantasmas.
En las dos primeras tesis sobre Feuerbach, Carlos Marx colocó a la praxis como fundamento del conocimiento y de la verdad. Mas concretamente Marx señaló que la verdad del pensamiento humano no es un asunto de construcciones teorías sino un quehacer practico. “En la práctica -es- donde el hombre tiene que demostrar la verdad …la realidad y el poderío, la terrenalidad de su pensamiento” (Tesis sobre Feuerbach, págs. 24-26) La praxis, para Marx, era un ejercicio de someter insistentemente las construcciones teóricas al despiadado trapiche de la realidad. Convencido, como estaba, de estar haciendo ciencia , Marx afirmaba que cualquier pensamiento que se aislara de la práctica no era más que un “problema puramente escolástico”. La praxis, como una actividad consciente, distinta a la práctica, la cual es una actividad mecánica e inconsciente. Esta misma opinión sobre todo el trabajo de Marx la va a sostener Federico Engels ante la tumba de su amigo el 17 de marzo de 1883. Allí Engels va a afirmar que Marx era un revolucionario que hacía ciencia.
En 1867 Marx publica el primer tomo de su monumental estudio sobre el sistema capitalista titulado “El capital” donde, una vez más, convencido de estar ofreciendo al mundo una obra científica, sujeta a las mismas rigurosidades de otras obras similares, da la bienvenida “a todo juicio crítico científico” que el público pueda hacer a su obra. Como es conocido, en esa obra Marx intentaba demostrar que la revolución socialista era un hecho histórico inevitable, producto de la contradicción entre el desarrollo de las fuerzas productivas y las relaciones de producción . No pasó mucho tiempo para que internamente terminaran aparecieran las primeras críticas al andamiaje teórico de Marx. Al fin, si Marx consideraba estar haciendo ciencia, sus conclusiones no podían ser más que hipótesis revisables, o así lo entendió Eduard Bernstein, un teórico marxista alemán que escribió, a finales del siglo XIX, una serie de artículos críticos a la obra de Marx. Allí afirmaba, entre otras cosas, que ya para su época no se verificaba ni el empobrecimiento creciente del proletariado ni la polarización de la sociedad alemana, dos de los postulados básicos de la obra de Marx. Por el contrario, Bernstein observaba en la sociedad alemana un crecimiento apreciable de los sectores medios, y un poderoso sector sindical que había ganado espacios significativos en la sociedad. En su opinión, la teoría y práctica del movimiento socialista se habían divorciado por lo que era hora de reformar la teoría para ajustarla a la práctica; abandonar la idea de la revolución permanente para alcanzar el socialismo por la vía democrática. Estos postulados fueron atacados, por distintas razones, tanto por Rosa Luxemburgo como por Karl Kautsky, quienes terminaron imponiendo sus puntos de vista. Más adelante el propio Kautsky se atrevió a diferir, no de Marx, sino de la estrategia de tomar el poder planteada y puesta en práctica por V. I. Lenin. Éste había afirmado en su opúsculo titulado “El Estado y la Revolución” que la estrategia de los revolucionarios para alzarse con el poder debía basarse en una insurrección popular para derrocar al estado y poner el poder en las manos de consejos obreros. Esta estrategia fue criticada por Kautsky. El afirmaba que los revolucionaros debían trabajar dentro de las condiciones que brindaban los estados democráticos para ganar las elecciones y construir, desde adentro, el socialismo. Lenin, quien nunca se guardó los peores insultos y epítetos para sus enemigos, imponiendo un estilo que perfeccionaron otros, con menos luces que Lenin, reaccionó violentamente escribiendo otro opúsculo titulado “La revolución proletaria y el renegado Kautsky” donde sometió a una despiadada crítica la apostasía de Kautsky; la herejía de haberse desviado de los textos canonizados por la ortodoxia de la recién inaugurada sociedad soviética. Con los ataques al “renegado” Kautsky” el marxismo soviético inauguró su propio Concilio de Nicea; sus textos canonizados y su propia interpretación oficial del marxismo. Desviarse de ella empezó a ser una herejía peligrosa que se castigaba con la excomunión y los castigos corporales, o la vida, dependiendo del caso. A la larga, y a la luz de la praxis recomendada por Marx, la tesis de Kautsky se mostró más acertadas que la de Lenin. La historia no muestra ninguna experiencia insurreccional exitosa en los países de democracias capitalistas. La revolución rusa fue una victoria afortunada de un grupo de intelectuales de clase media que aprovecharon la situación creada por la primera guerra mundial para derrocar a un gobierno semi feudal. Lo mismo puede decirse de la China rural de Mao, o de la revolución cubana de finales de los años cincuenta del siglo XX. Por el contrario, los triunfos electorales de partidos de izquierda en los países nórdicos, o en algunos países de América Latina, a finales del siglo XX y en el siglo XXI, muestran que, a la larga, el “renegado Kautsky” estaba en lo cierto . Similar suerte va a correr posteriormente las ideas de Rosa Luxemburgo, Mártov, Bujari, Pável Axelrod, Plekanov, Trotski y muchos otros. Una a una va cayendo, víctimas de la ortodoxia soviética. Con Lenin, y posteriormente con Stalin, la nomenclatura leninista - estalinista se propuso presentar todos sus actos y teorías como la única versión correcta de las ideas de Marx. Su justificación era que, al ser la vanguardia agrupada en el partido la única que poseía conocimientos científicos de la sociedad era, al mismo tiempo, la única fuente legitima de toda iniciativa política. Cualquier intento por cuestionarla era inmediatamente castigado con cárceles, torturas, destierros y desaparición física, y hasta de los libros de historia y de las fotografías oficiales .
Stalin muere en marzo de 1953, y en febrero de 1956 el partido comunista de la Unión Soviética convocó la celebración de su XX Congreso, primero desde la muerte de Stalin. Este Congreso se hizo famoso no sólo por la célebre conferencia sobre el “culto a la personalidad” pronunciada, en sesión cerrada , por Nikita Jrushchov, a la sazón primer secretario del Partido Comunista , sino porque también abrió algunas válvulas de escapa para que se expresaran críticas a la férrea disciplina impuesta desde la Unión Soviética. Tanto en Polonia como en Hungría se produjeron abiertos desafíos a la autoridad centralizada de Moscú, lo que obligó al Partido Comunista de la Unión Soviética a tener que intervenir violentamente en esos países para detener la brecha que se estaba abriendo en el sistema. Al mismo tiempo aparecieron en el resto de los países de la órbita soviética una clara disposición a revisar los postulados teóricos del marxismo y la práctica del bloque. Intelectuales como Oscar Lange, Baczko o Zimand, en Polonia; o los que integraban el “circulo Petofi” de Budapest, o el de Karel Kosik, en Checoslovaquia y otros, comenzaron no sólo a presentar papeles revisados de las ideas de Marx sino también, a solicitar una mayor democratización de la vida pública, la abolición del sistema de represión y una mayor soberanía para los países que integraban la órbita soviética. El experimento del socialismo de tipo soviético tocó bruscamente a su fin entre 1989, con la caída del muro de Berlín, y diciembre de 1991 cuando se arrió la bandera de la Unión Soviética en el Kremlin. Atrás dejaba una enorme deuda social y una sensación de insatisfacción entre sus ciudadanos; una economía en quiebra; una endemoniada burocracia y un pasado signado por un crudo y despiadado terrorismo de estado. Para el momento ya eran incontables las críticas y observaciones que demostraban la inviabilidad del experimento del socialismo en los términos bosquejados por Marx y completado por Lenin. Desde la anticuada teoría del valor-trabajo, piedra angular de toda la estructura teórica de Marx, hasta su teoría de la explotación, pasando por su ley de la caída tendencial de la tasa de beneficio, su teoría de la acumulación, su teoría de la depauperación del proletariado, o su misma teoría de la catástrofe inminente del sistema capitalista (determinismo histórico). No sólo en la práctica se demostraba su inviabilidad sino también sus bases teóricas estaban seriamente comprometidas. Casi todas las profecías echas por Marx terminaron por mostrarse desacertadas. Para J. A. Schumpeter, Marx como profeta fue un desastre. Los últimos desarrollos teóricos consistentes para actualizar a Marx se habían desarrollado mucho antes de la caída del bloque soviético. Gramsci, Bloch, Korsh, Lukács, y los integrantes de la llamada “Escuela de Frankfurt” (Horkheimer, Adorno, Marcuse y Fromm, entre otros) habían sometido los aportes de Marx a una seria revisión críticas, anclándose muchas de ellos en los trabajos de lo que se llamó “el joven Marx”. Desde entonces, el marxismo como ideología parecía irremediablemente estancado . Con la caída del bloque soviético parecían definitivamente superadas las dicotomías izquierdas/derechas, democracias burguesas/democracias populares. Por cierto, no en los términos planteados por Francis Fukuyama, los cuales se mostraron igualmente desacertados. Bien entrado el siglo XXI, para muchos, desaparecido estos viejos esquemas, la verdadera dicotomía del mundo moderno estaba en escoger entre democracias y autoritarismos, entre los Bukeles, Ortegas, Trumps y Maduros, por un lado, y los Pepes Mujica, Lulas o Piñeras, por el otro. Entre quienes obstaban por construir su visión del mundo, aceptando los principios del respeto a la disidencia y la alternabilidad democrática, y los que escogían imponer sus criterios por cualquier medio, por reñido que este tuviera con los más elementales principios democráticos y del derecho ajeno. Esto, de alguna manera, venía a ser más una reivindicación a los postulados de Bernstein y de Kautsky que del propio Lenin.
No obstante, y para sorpresa de algunos, aún quedan muchos resabios del viejo autoritarismo soviético y de la tentación totalitaria. No en vano algunos nuevos actores, presuntos herederos de las glorias del pasado, todavía parecen convencidos de la cientificidad e inevitabilidad del socialismo, y de la necesidad de una férrea estructura que no sólo interpreten lo que más les conviene al resto de la sociedad, sino también que se lo imponga por la fuerza, de ser necesario. Todavía queda en el inconsciente la afirmación que hace Marx y Engels en el “Manifiesto del partido comunista” de que los comunistas “llevan de ventaja a las grandes masas del proletariado -por- su clara visión de las condiciones, los derroteros y los resultados generales a que ha de abocar el movimiento proletario”. China es hoy un país de estructura económica capitalista, tutelada y dirigida desde el partido comunista, el cual impone el peso de su estructura centralizada y jerarquizada al resto de la sociedad; Rusia es para muchos un capitalismo de mafias y no es raro encontrar hoy día algunos intentos de revivir antiguos aparecidos y fantasma, aparentemente enterrados a principio de los años noventa del siglo pasado. No sólo subsisten hoy viejos anacronismos, como el de Cuba y Corea del norte, verdaderos Zombis Politikón del siglo XXI, sino también nuevos intentos de revivir el fantasma que recorrió al mundo, tanto en Venezuela como en Nicaragua. Son los que no aprenden ni olvidan, de acuerdo con Teodoro Petkoff .
Ahora bien, en todo esto pareciera que, para algunos, aún no está resuelta la vieja discusión sobre qué falló en la experiencia soviética. Para algunos, está claro que la interpretación leninista- estalinista del marxismo es sólo una, entre muchas interpretaciones posibles. Para este grupo lo que cayó con el sistema soviético, a principios de los años noventa del siglo pasado, fue esta interpretación, quedando a salvo todo el andamiaje teórico del marxismo; para otros, por el contrario, la estructura teórica del máximo está seriamente comprometida, haciendo del marxismo una herramienta de análisis inadecuada para interpretar el mundo actual.
En realidad, para los estudiosos de estos temas, el marxismo como ideología está irremediablemente acabado. Decir esto hoy, en pleno siglo XXI, es poco más que una perogrullada. Son innumerables los estudios que demuestran sus fallas. Su éxito como fuerza política se debió más a la combinación de su mesianismo utópico, combinado con las reales aspiraciones de mejoras de las masas, que a su capacidad de explicación y predicción. El silencio del mundo intelectual para revivirlo es elocuente . Su propia pretensión de cientificismo cavó su tumba. No existe manera de predecir, y menos con las pretensiones de rigurosidad del marxismo, el futuro de la humanidad. Eso no es posible. Sin embargo, eso no impide que todavía existan personas que, olvidando o desconociendo todo el debate que se desarrolló en el pasado en torno a la viabilidad del marxismo como teoría explicativa y predictiva, pretenden hoy revivir a críticamente esos fantasmas para someter a sus pueblos a formulas probadas y totalmente fracasadas. Los resultados obtenidos lo corroboran. Eso no excluye, por supuesto, la opción, moral y ética, de reclamar la construcción de sociedades más justas e inclusivas. ¿Una reivindicación histórica de los renegados Bernstein y Kautsky? ,