El marxismo como ideología está irremediablemente acabado. Decir esto hoy, en pleno siglo XXI, es poco más que una perogrullada. Son innumerables los estudios que demuestran sus fallas. Su éxito como fuerza política se debió más a la combinación de su mesianismo utópico, combinado con las reales aspiraciones de mejoras de las masas, que a su capacidad de explicación y predicción. El silencio del mundo intelectual para revivirlo es elocuente. Su propia pretensión de cientificismo cavó su tumba. No existe manera de predecir, y menos con las pretensiones de rigurosidad del marxismo, el futuro de la humanidad. Eso no es posible. Sin embargo, eso no impide que todavía existan personas que, olvidando o desconociendo todo el debate que se desarrolló en el pasado en torno a la viabilidad del marxismo como teoría explicativa y predictiva, pretenden hoy revivir acríticamente esos fantasmas para someter a sus pueblos a formulas probadas y totalmente fracasadas. Los resultados obtenidos lo corroboran. Eso no excluye, por supuesto, la opción, moral y ética, Kantiana de alguna manera, de reclamar la construcción de sociedades más justas e inclusivas. ¿Una reivindicación histórica de los renegados Bernstein y Kautsky?