Mi amigo Rómulo Betancourt Por Alfredo Coronil Hartmann_ Con la muerte de Trujillo se puso fin a varias décadas de sufrimiento no sólo para el pueblo dominicano, sino que también se aportó un mínimo de estabilidad para la región. El otro frente de mayor peligro era Fidel Castro. Por eso había citado antes la frase de Adolf Berle *“en el peligro ante los ataques de la derecha y de la izquierda, Rómulo Betancourt ha conservado la fe”*. En noviembre de 1961 Rómulo continuó la batalla contra Fidel Castro con la ruptura de relaciones. Y ésa a su vez fue una lucha interna por el papelón que había hecho Ignacio Arcaya, de URD, como Canciller. Nunca hubo consenso político respecto a qué hacer con Cuba. Además de las presiones internas que se libraban en Acción Democrática (AD) pues el partido se oponía a la ruptura de relaciones con Cuba y discrepaban de su expulsión de la OEA. De hecho, antes de la ruptura de relaciones, el CEN del partido le había advertido a Betancourt que se exponía a una grave crisis interna y a su propia expulsión. Sin embargo, Rómulo había sido tajante en la respuesta: _“Rompo relaciones con Cuba, ustedes me expulsan y al día siguiente yo convoco a las bases del partido y veremos qué pasa”_. Cuba antes había socavado indirectamente en 1960 la estabilidad del gobierno democrático, que reposaba sobre las bases del Pacto de Punto Fijo, con la salida de URD del poder, cuando necesariamente se debió destituir como canciller a Ignacio Arcaya, a quien de una vez en la izquierda lo intitularon como el _“canciller de la dignidad”_ y le sustituyó Marcos Falcón Briceño, uno de los hombres mas honestos, de mayor verticalidad y de pleno sentido de amistad que he conocido. Arcaya lejos de ser representante de la “dignidad” no era sino un tipo bien, educado en el gomecismo, que se plegó a Fidel para tratar de encontrar absolución a su inoperatividad total durante la resistencia. Él no fue sino un eslabón más de la tragedia que siempre representó URD y Jóvito Villalba, uno de los mayores afectos personales de Rómulo, y quien sin duda alguna era uno de los políticos de más envergadura en Venezuela, pero cuya mayor limitación era solo ser el _“show men”_ de la oratoria, irónicamente la inmensa y magistral capacidad discursiva de Jóvito era su propia desgracia, pues al bajar del púlpito hacía aguas. Eso lo había llevado a ser la gran figura del país desde el año 36. Pero no fue un operador político capaz de organizar un partido (URD) ni mucho menos para ocupar cargos en el poder. Palabra sin acción es mortal en la vida política. El partido adolecía de firmeza ideológica, estoy convencido de ello. Presumo que era una inevitable factura a los dirigentes que habían estado exiliados durante la dictadura y la ausencia de más cuadros, y los cuadros que estaban en pleno surgimiento amasaban con paciencia gatuna su romanticismo izquierdista o su comunismo afrancesado, como se quiera ver. AD tuvo su dirigencia exiliada, sus bases resistiendo dentro de Venezuela a la feroz represión de MPJ y los dos grandes líderes en el país, Carnevali y Ruiz Pineda, asesinados. Por eso digo, una factura inevitable. Además, Rómulo había sabido separar muy bien su cargo de Presidente de la República con la injerencia expedita en los asuntos internos del partido, y quizá esto fue un error, aunque su deber era resistir antes que nada a no ser tumbado por la izquierda y la derecha que agotaron todas las vías, incluso la terrorista, para intentarlo.
Prueba de ello fue la escisión izquierdista de los cuadros juveniles, empujada por mucho por Octavio Lepage, quien había percibido la irreparable penetración ideológica en el buró juvenil del partido y que además eran adversos enconados a Rómulo, que se había producido en abril de 1960 liderada por Domingo Alberto Rangel, Silvestre Ortiz Bucarán, Isabel Carmona, el temerario Gumersindo Rodríguez, Américo Martin, Héctor Pérez Marcano, Moisés Moleiro, entre otros. Esa primera división con la que surgió el MIR fue una primera purga, bienvenida y necesaria que, de una u otra forma, evitó una peor debacle política en el partido y alejó de sus filas a quienes después se convirtieron en simples terroristas. Los años 61, 62 y 63 fueron sangrientos. No hubo tregua en las conspiraciones para acabar con el gobierno de Rómulo. Como he dicho antes, la sensación en el país es que el Gobierno no se sostendría. Pero la piedra angular del éxito de la resistencia institucional frente a la exacerbada lucha fue el cómo Rómulo manejó su relación con las Fuerzas Armadas, sin delegarla nunca. Dedicaba un día especifico todas las semanas, los miércoles, para tratar personalmente los asuntos militares. Betancourt era excepcionalmente disciplinado en el ejercicio del cargo. Se levantaba todos los días a las 5 o 5:30 de la mañana, a leer los periódicos que le entregaba puntualmente Carmiña, su ama de llaves que era española, comenzaba a llamar a sus ministros por teléfono, atender a su amado perro “Gay” siempre sentado en sus piernas, hasta que se iba a Miraflores. Rómulo vivía en la planta baja de Los Nuñez, esa vieja casa alquilada que servía de residencia presidencial, hasta que Raúl Leoni adquirió La Casona. La secuencia ininterrumpida de alzamientos y actos terroristas no daba tregua. Rómulo, las Fuerzas Armadas y el pueblo, sobre todo el pueblo, resistían. El Barcelonazo el 26 de junio de 1961, con 17 muertos. En marzo de ese año, Argimiro Gabaldón del PCV, había invocado la necesidad de acudir a la lucha armada para derrocar a Betancourt y se crearon las Fuerzas Armadas de Liberación Nacional, al que luego se unirían un sector radical de URD. En noviembre de ese mismo año secuestraron un avión de Avensa desde el que lanzaron panfletos subversivos contra el gobierno de Rómulo. En 1962, primero el Carupanazo el 4 de mayo, que derivó en la ilegalización del PCV y del MIR y luego el 2 de junio El Porteñazo, comando por Manuel Ponte Rodríguez, que fue la más sangrientas de las sublevaciones con 400 muertos.
El 12 de marzo del 62, en medio de la crisis de orden interno, Carlos Andrés Pérez había asumido como ministro de Relaciones Interiores, cargo que ejerció con gran valentía. Rómulo le dijo a CAP: “ya lo has sido de hecho, ahora será de derecho”. CAP llegaba en sustitución de Luis Augusto Dubuc, quien desde hacía unos meses atravesaba una grave crisis emocional y cuya salida del gabinete ministerial fue muy lamentada por Rómulo. Meses atrás la muerte de la nena, la hija de Luis Augusto, lo había sumido en una gran depresión y severos problemas de alcoholismo. Luis Augusto era para Rómulo un hijo, además de haberse perfilado hasta ese año como el lógico y natural gran delfín. Con esto se materializó definitivamente la mayor tragedia política de Rómulo: no tener un heredero político. A pesar de la acrimonia de esos tiempos, Rómulo y mi mamá siempre encontraron tiempo para ellos. Sus encuentros eran el remanso de paz. El 22 de agosto de 1962, con motivo del cumpleaños de mi mamá, Rómulo le regaló una bella pintura china que le había enviado el Mariscal Chiang Kai-shek, presidente de China, aún cuando no existía relaciones diplomáticas entre ambas naciones ni los presidentes tenían contacto alguno, lo que hizo particular ese regalo del que nunca supimos mayor explicación pues las mínimas relaciones que existían entonces eran con la China nacionalista. Y en agosto del 63, otra vez con motivo del aniversario de la doctora, como le decía Rómulo, le regaló otra pintura. Esta vez era un obsequio de Hayato Ikeda, primer ministro de Japón, padre del milagro japonés, que además ofrecía a Rómulo condecorarlo con la Orden del Sol Naciente, pero Betancourt no aceptaba condecoraciones de gobiernos extranjeros. Ese cuadro obsequiado por Ikeda fue traído a Caracas por el embajador venezolano en Japón por Carlos Rodríguez Jiménez. En 1963, las FALN también robaron valiosas pinturas de la Muestra de Arte Francés que se realizaba en el Museo de Bellas Artes, el asalto al buque Anzoátegui y el secuestro del jugador de futbol argentino Alfredo di Stefano, para entonces la gran estrella del Real Madrid. El 29 de septiembre el asalto al Tren del Encanto de 1963 que conmovió particularmente a la opinión pública nacional. Ese mismo año, en febrero de 1963 me casé con mi primera esposa, Delmara Gutiérrez Marcano, con la complicidad de mi papá y las reservas de mi mamá. Un matrimonio fugaz pero inmensamente pleno y feliz, que me dio mi primer hijo, aunque el embarazo al final no prosperó lamentablemente. Nos fuimos a Chile donde estudiaría ciencias políticas y no sería sino hasta unos días después de Rómulo entregar el poder en 1964, cuando regresaría a Caracas. Tras mi ida a Chile, Betancourt demostró su inquebrantable fe en Venezuela y la convicción de sostener la democracia a cualquier precio, como dirá él mismo, en su III Mensaje Presidencial *“Fe militante, a la jineta; fe sin cuartos de hora de duda; fe de todos los días y todas las horas; fe que irradie y sea comunicativa y que contrarreste la prédica derrotista de los sembradores de cenizas, de los vocados por su propia pobreza de espíritu a la escéptica desesperanza”*.